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La juventud de la crítica


Rafael Arce*


[Esta reseña se publicó originalmente en la revista Badebec, volumen XIV, Nro. 29, septiembre 2025]



Puede decirse mucho, y el mismo prólogo precisa algunos sentidos, acerca de esa «juventud» del título. Más allá de las precisiones conceptuales y las estrategias críticas (metacrítica, historia, genealogía, arqueología, biografía), la juventud trasunta una tonalidad afectiva nostálgica: la de un mundo desaparecido. Ese mundo era el de la crítica antes de su ultra profesionalización académica: el de las revistas y el de los maestros; el de los espacios para-académicos y las reuniones en bares, casas particulares, tertulias; el de la palabra oral y la discusión acalorada, la polémica, el antagonismo; el del autodidactismo, la inquietud, la efervescencia, la atención a la novedad, la modernización; el de la precocidad, el diletantismo, la auto-invención; el de una escritura que desconfiaba de cualquier metalenguaje, pura pulsión crítica que se manifestaba incluso antes de poder autorizarse o sustentarse teóricamente.

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En nuestra época, la de los papers, la cita de autoridad, la corrección, la inhibición de la pulsión ensayística, el libro de Judith Podlubne produce un efecto de rejuvenecimiento: de revitalización, de supervivencia. Pues la Crítica (entendida hoy como institución) tuvo alguna vez su juventud: el mito de su emergencia, pura fuerza y plasticidad. Desde el punto de vista histórico, la cronología impone sus puntos nodales, sus continuidades y sus cortes: desde la esquemática oposición Sur/Contorno hasta Punto de Vista, en donde los que habían sido jóvenes en los 50/60 empiezan a enseñar en la universidad. Una línea que va desde el golpe de Estado del 55 hasta la normalización democrática (en la que todavía vivimos), pasando por todos los avatares, los inicios de los principales personajes de esta historia se ven afectados por las diversas coyunturas. Se trata también entonces de la juventud de nuestra democracia: el antiperonismo de Sur, el compromiso de los jóvenes críticos con la izquierda, el humanismo como suelo común ahí donde se miden los antagonistas, el paso por Sartre, que sutura el dilema entre la literatura y la política, la traducción de la teoría francesa, que moderniza la crítica y le da un método, el acontecimiento Barthes que permite el abandono de la indeseable ilusión cientificista por una escritura que disuelve las castraciones imaginarias del sujeto y del objeto. Esta filogénesis es además una ontogénesis del joven crítico del siglo XXI: el que hace ese recorrido en los programas de las asignaturas de teoría y crítica literaria, y de literatura argentina.


Pero el tiempo de La juventud de la crítica no es tanto el de la Historia como el de las vidas, la biografía y la autobiografía. Esta última no solo en el sentido en que le da esa cita de Nicolás Rosa (las revistas como autobiografía de la literatura), sino también la que Podlubne, con discreción, deja entrever de su biografía crítica: escenas de la propia investigación, conversaciones, pesquisas, entrevistas, encuentros, desencuentros, proyectos no realizados, cabos sueltos que serán recogidos, por ella o por otros. La juventud de la crítica, en su composición, tiende a una unidad que sin embargo permanece abierta por esta estrategia vivificante que muestra el proceso, esto es, la vida de la escritura, que abarca la interlocución, la intervención, la incursión, la precisión del matiz, la búsqueda microscópica. En este sentido, el libro no solo permite acceder al modo en el que los grandes críticos se formaron, se hicieron a sí mismos en la sociabilización con los otros, sino que también nos proporciona una serie de retratos: al revés de una monumentalización, la arqueología de Podlubne constituye una humanización de quienes corren el riesgo del bronce.


Esta unidad tentativa es menos orgánica que intensiva, tramada por reenvíos y reiteración de escenas que cambian de sentido según el ensayo. Las tres partes del libro van de lo más general a lo más particular, o de la historia a las vidas, desarmando las pretensiones historicistas. La primera propone el mapa: Sur, Contorno, Punto de Vista, la juventud de una generación y la renovación juvenil de una revista envejecida. La segunda precisa un nudo clave: los 50/60, el corrimiento del eje de Buenos Aires a Rosario, la revista Setecientosmonos, los primeros lectores de Barthes, una juventud de la traducción teórica. La tercera podría funcionar como una coda: las biografías que podrían, que querrían, escribirse, que habrían podido, o debido, escribirse. No obstante, esta tercera parte revierte sobre las otras dos, pues esas vidas (María Teresa Gramuglio, Nicolás Rosa, Beatriz Sarlo) son las de los retratados en el resto del libro. Constituyen, asimismo, envíos o desvíos: los de un gusto por la narración que acompaña todo el libro, el relato de la imposibilidad de escribir, la dramatización de la propia dificultad, el mismo ímpetu juvenilista de hacer antes de saber hacer, biografiar antes de saber lo que es escribir una biografía.


El primer ensayo retoma la oposición Sur/Contorno para problematizarla (la pormenorización que conllevan los matices es uno de los recursos más utilizados y eficaces del libro, y de Podlubne como crítica, aquí y en otros lugares) y mostrar, por el contrario, su suelo común: el moralismo humanista, espiritualista uno, materialista el otro. El segundo vuelve sobre el episodio del itinerario de Sur después del golpe del 55. Con precisión de cirujana, Podlubne analiza el credo magisterial de la revista ante el problema de las masas después del episodio histórico, distinguiendo con cuidado los diversos antiperonismos de algunos de sus integrantes, sin contemplaciones para con los excesos melodramáticos de Victoria Ocampo y para las simpatías militaristas de Borges. Repentinamente decimonónica, sarmientina, Sur (pero no todos sus integrantes) propone la tarea de reeducación de las masas oprimidas por los años de la «tiranía». El ensayo recupera la respuesta de Oscar Masotta desde Contorno, episodio de proyección ulterior (porque encuentra su eco en la segunda parte) y anterior (porque reenvía a la oposición esquemática). El tercero analiza la renovación que supuso el ingreso de algunos jóvenes en Sur en la década del sesenta: Alejandra Pizarnik, Silvia Molloy, Enrique Pezzoni, María Luisa Bastos, la revitalización de la figura y la obra de Silvina Ocampo, el testimonio de Molloy de Sur como un espacio de disenso. El último ensayo de esta primera parte retorna a la relectura de Sur que propone Gramuglio en la década del 80, episodio clave en los ensayos anteriores y en el conjunto de la primera parte. Como puede verse, la conexión implica estos cruces, en donde el gesto de lectura conlleva la interlocución: la relectura de Gramuglio se cita a pie de página en el primer ensayo y se despliega como episodio en el cuarto. El conjunto, más que proponer una imagen estable de Sur, des-identifica: se trata, cada vez, de desmitificar, de des-esquematizar, de captar la vida de la revista como movimiento y no la imagen estereotipada como idea cerrada.

La segunda parte se inicia con aquella cita de Rosa sobre las revistas como la autobiografía de la literatura. La figura de Rosa, que pivotea toda esta sección porque esos primeros lectores de Barthes que lo incluyen son además Masotta y Sarlo, conlleva un acercamiento del punto de vista, y una mostración de la pasión archivística de Podlubne, porque se trata de Rosario, la ciudad desde donde investiga y escribe. El joven Rosa, lector prematuro de David Viñas y de Masotta, no muestra ninguna inhibición ante los maestros de la capital del país. No funda una revista, hace algo mejor: conquista una, Setecientosmonos, en la que ensaya sus primeras armas, pero de la que incluso participan críticos de Contorno. El «grupo de Rosario», refrendado por Contorno, impensable sin la figura de Adolfo Prieto, atiende a la importancia de la universidad y los espacios para-universitarios de la ciudad, tal como lo testimonia mucho tiempo después Josefina Ludmer. El modo en el que Rosa se hace a sí mismo como crítico, incluso antes de recibirse en la universidad, proyecta su figura más allá, como primer traductor de Barthes al español, como crítico atento a las novedades, convergiendo con el mismo Masotta, siempre importando la última tendencia teórica francesa. Ahí están también en la revista rosarina las primeras lecturas de un también joven Juan José Saer.


La tercera parte comienza con la reflexión en torno a la escritura de «La lectora moderna. Apuntes para una biografía intelectual de María Teresa Gramuglio», publicado como prólogo a Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina. El relato es una reflexión sobre las condiciones de imposibilidad de un género y sobre el deseo de escribir más allá de sus prerrogativas. Esta reflexión habilita los otros dos ensayos sobre la imposibilidad de la biografía, imposibilidad con la que comienza el libro: «Durante años fantaseé con la idea de escribir una biografía colectiva de la juventud de la crítica literaria argentina». El sueño de esa obra desmesurada deja huellas en cada uno de los ensayos de La juventud de la crítica. Si no la idea probable de ese libro imaginado, a los lectores de este se nos contagia la magia y la fuerza de un deseo que alimenta esa fantasía. La juventud no está en el pasado (ilusión de la cronología) sino en la práctica de una pasión crítica que puede, cada vez, hacer fuego de las cenizas.


Rafael Arce es Doctor en Humanidades con Mención en Literatura por la Universidad Nacional de Rosario. Investigador independiente del CONICET. Es docente de Literatura Argentina I en la Universidad Nacional del Litoral. Es autor de los libros Juan José Saer: la felicidad de la novela (UNL, 2015) y La visitación. Ensayo sobre la narrativa de Antonio Di Benedetto (La cebra, 2020). Ha publicado más de cien artículos académicos y ensayos, casi todos sobre literatura argentina. Es director de la revista Präuse.

 
 
 

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